
“Rita, mi amiga está enamorada de tu marido”. Sonamos, pensé. Rita sonrió amablemente, me tomó de la mano y me llevó hasta Alfredo, uno de los pintores bolivianos más importantes del Siglo XX. Qué gran primera impresión he dejado. Admitámoslo, cuarentona groupie. Nota mental: ser y parecer son dos cosas que una debe saber manejar con la debida distancia.
Hacia el final, la lucidez y buen tono del maestro eran inversamente proporcionales a lo que la edad le hacía a su cuerpo, que lo debilitó hasta llevarse su último suspiro hace ya seis meses. Hoy me alegra que me hayan desenmascarado el día en que lo conocí. La vida es muy corta para guardarse algunas confesiones, especialmente las concernientes al amor. Encontrarme con sus obras me ha provocado siempre una sensación de tibio estremecimiento, algo eléctrico, como si el artista me mirase desnuda, no de telas, sino de piel y hubiese sabido, sin verme, que cuando pintaba ya me conocía, mientras yo sentía sus trazos en mis venas.
“Nunca fui de lamentos o arrepentimientos” me diría luego, “ahora quizá sí, porque es una época difícil…, pero antes, no”. No tocamos más el tema, pero ambos sabíamos que se refería al final y a esta vida tan llena para un tiempo tan corto. Deseé poder regalarle unos minutos extras para que cambie viejos rencores por abrazos frescos.
En noviembre de 2016 pude conversar brevemente con él. Nacido en Potosí en 1929, fue un gran viajero, convencido de que la libertad era la única manera de vivir, de corazón amable, coleccionista de todo tipo de objetos, metódico hasta el tuétano y de una memoria prodigiosa, recordaba detalles, incluso, de su primera infancia. Fue la última entrevista que el maestro concedió. Este texto es mi agradecimiento y celebración a la vida y obra del artista que supo plasmar en colores la intensidad del alma.
La pintura no predica ni demuestra, expresa.
A Alfredo no le agradaban a las clasificaciones, “no van conmigo”. Los calificativos ni quitan ni aumentan, hay que tener mucho cuidado. La obra se define por sí misma. Hay que recordar que no se trata sólo del artista, puesto que la lectura de cada persona es diferente. Es un juego complejo, donde alguien ve lo que otro no, puede estar escondida una nueva interpretación. Siempre se ha repetido que la apropiación es una condición de muchos artistas. Picasso decía “yo no busco, encuentro”. Me costó tanto entender qué era eso. Pasaba que Picasso era un gran observador que tenía, como todo artista, algunas deficiencias. No era un colorista, como lo fue Matisse. Entonces, al decir “yo no busco, encuentro”, ese encuentro era la apropiación. Hallaba una cosa y ¡zas! agarraba un motivo de otro y lo usaba. Todos actuamos un poco así, apropiándonos de algo que nos sirve o nos ayuda.

La memoria prodigiosa
Potosí 1931
“He salido de Potosí exactamente a mis dos años” y recuerda claramente algunos momentos de su viaje. Conocer la locomotora fue un evento que lo impactó, “esa cosa ruidosa que echaba vapores. Me quedé observando aquello. Ya en el tren se acerca esta señora y me da un beso, caí fulminado, me enamoré de la señora, ¡temblaba!” Recuerda y ríe.
Detenido por los rusos. 1949
Vivió en Europa tras haber ganado una beca para estudiar medicina. Eran las postrimerías de la segunda guerra mundial. “Conocí a un argentino que me propuso ir de paseo a Viena y acepté. Era la época en que todavía estaba el ejército en Viena. La ciudad estaba intervenida y los hoteles estaban ocupados, pero logramos conseguir hospedaje. Al final de la estadía, mi amigo fue a comprar los boletos y yo algo para comer. Ya en el tren, el encargado de los pasajes nos dijo que mejor tomemos otro tren, más directo, ya que ese haría muchas paradas. Nos sugirió bajar en la siguiente estación y esperar al otro tren. Nos parecía una buena idea para llegar temprano a Salzburgo. Debía regresar a tiempo para ver a mi enamorada, que iba a dar un recital de piano en el Festival de Salzburgo. En la siguiente parada nos bajamos y nos encontramos en un lugar extraño, de aspecto desolado y silencioso, se llamaba St Pölten, había un puente. Caminamos un poco y vimos un busto de Stalin, no le dimos mucha atención y regresamos al andén. Subimos al tren y mientras buscábamos un asiento, por los dos extremos del vagón vimos entrar a militares rusos que portaban bayonetas caladas. Ya alguien nos había advertido que no teníamos visa para estar ahí, pues era territorio ruso, pero en Viena nadie nos dijo nada.”
“Nos sacaron y fuimos llevados a un lugar repleto de propaganda rusa. Al fondo había una mesa y una intérprete. Nos interrogaron, nos acusaron de ser espías, pues no teníamos los documentos de autorización. Salió un energúmeno, era un petiso que golpeaba la mesa y gritaba. Nosotros repetíamos que éramos estudiantes y que sólo estábamos de paso. Menos mal que no llevábamos una cámara fotográfica. Nos metieron a un cuarto, nos desnudaron por completo, nos revisaron todo, deshicieron nuestras maletas, buscando quién sabe qué. Fue un momento tan desagradable…” “Cuando salimos de esta inspección, ya no estaba el ruso, sino un austríaco, que resultó ser el gobernador de la zona. Me habló en alemán y me dijo que nos llevarían a la estación, que debíamos salir en silencio y no intentar siquiera voltearnos. Nos sacaron a toda velocidad, nos embarcaron en el tren y llegamos a destino.”
“Sin esa intervención y porque afortunadamente no teníamos cámaras fotográficas, hubiésemos ido a parar a Siberia. La mano de obra era gratis y a los detenidos los mandaban ahí. Para ellos nosotros éramos carne de cañón. Nos libramos de milagro. Probablemente alguien lo puso sobre aviso y él atinó a actuar, sabiendo que Siberia era lo mínimo que nos esperaba. Estuvimos a punto de desaparecer.”

El drama de la existencia
¿Coincide con Pedro Querejazu cuando dice que sus obras son meditaciones espirituales sobre el drama del ser humano? “Puede ser, en cierta forma, he sido un anticipador. Antes de que se pensara siquiera en los androides, me adelanté a la historia. Yo ya pintaba esos seres con injertos y con elementos incorporados. En esa anticipación de hechos que siempre me ha sido dado leer antes que otros, está el sentido de mi pintura.”
Los colores de la ecuanimidad
Ivar Méndez, destacado neurocirujano boliviano, escribió un artículo sobre La Placa y su obra en la revista Journal of the Surgical Humanities (University of Saskatchewan, 2015). “Todo tiene un color, una textura y un orden específico incluso en conceptos abstractos. Intento expresar libertad, pasión y ecuanimidad en mis pinturas”, cita en el texto.
Mientras era estudiante, menciona Méndez, La Placa se sumergió en el mundo microscópico de la histología; los patrones simétricos de los tejidos y la belleza de la arquitectura celular lo cautivaron y estimuló su sentido de la estética. En Europa descubrió los museos y el arte del mundo, lo que abrió su espíritu a un nuevo anhelo más profundo e innegable. Pronto se hizo evidente que su verdadera vocación era el arte. Sin embargo, el estudio de la medicina tuvo un profundo efecto en su obra. En su serie “mutantes”, La Placa reflexiona sobre la inevitabilidad del envejecimiento y la muerte y sobre los efectos de la enfermedad y las intervenciones en el paciente.
“La Placa siente que cada elemento del universo tiene una propiedad intrínseca específica y que hay un orden y un equilibrio en su interacción, una especie de homeostasis universal”, escribe Ivar Méndez.
Testigo de una tragedia
“No me arrepiento de lo que he vivido y hecho. Tampoco tengo ese afán de lamentarme por esto o aquello. He vivido en tantos lugares y he visto tanta cosa…” Hace una pausa, una punzada de dolor nubla su mirada. “Entre los escritos que de verdad me descubrieron está el de un gran amigo, Alfredo Alexander. Él también era un visionario y lo que dijo de mí se ha cumplido.” El recuerdo de la tragedia regresa. “Yo era muy amigo de su hijo Luis. Una mañana tenía que verme con él. Iba caminando como siempre, a paso largo, como un ciervo. Estaba llegando y sentí una explosión que venía de la casa de Alexander. Vi salir los cuerpos de sus padres y colgar de las ramas. Les llegó un sobre que contenía una bomba. Fue terrible…” [i]
“Alfredo La Placa no es un pintor más. Es un pensador angustiado que traslada a la tela su angustia, su alma torturada íntimamente. Torturada por el pensamiento y por el sentimiento…” (A. Alexander, 1961)
“… ha creado un arte de su arte. El arte de no copiar, sino de entender, de interpretar desde su mundo subjetivo. Desde su intimidad sensitiva. Interpretar y comprender el alma de las cosas. Todo tiene un alma. Porque todo proviene del universo. De un principio regulador.” (A. Alexander, 1968)
Las formas del amor
Rita promovió siempre a Alfredo, que le agradece en un libro el “infatigable e inteligente empeño” en llevar adelante sus proyectos. “Ha sido muy completo” dice quien fue su pareja de más de 27 años. “Estaba siempre actualizado, leía todo el tiempo, sobre todo tipo de temas, se interesaba tanto por la astronomía, como por la gastronomía y el arte. Para Alfredo la poesía era lo más elevado; yo adoro la poesía, eso fue lo que nos unió. Cuando nos encontramos en la vida, ese fue nuestro nexo.”
Allá
Allá donde el verbo construye
Andamios sobre el abismo
Encuentro el sí de tu existencia
Allá donde la longitud del tiempo
Transcurre en acordes
Mido la distancia de tu ausencia
(Alfredo La Placa – fragmento)
Amigos de siempre, tuvieron un encuentro que algunos llamarían casual, en París, a finales de los setenta, cuando ella terminaba una estadía de un año con sus hijas. Alfredo, alojado en casa del “Chueco” Céspedes, realizaba una gira por centros culturales de Europa, como Director del Museo Nacional de Arte. Confiesa él que su matrimonio estaba en crisis para esa época y durante los paseos con amigos, compartió con Rita dos días en los que ella quedó, textual, flechada por el resto de su vida. Alfredo descubrió París (y viceversa diría yo) donde se instaló por los siguientes 10 años, en pareja con otra artista. Rita siguió con su vida, aunque admite que nunca pudo olvidarlo. “Fue bellísimo, estuvimos juntos dos días nada más, porque yo me estaba volviendo, él iba a Rusia y a Alemania. Yo regresé a La Paz, pero él se quedó (…) Cuando venía de vacaciones, lo veía a veces. La vida siguió y nunca más pensé que podríamos llegar a algo, sobre todo porque luchar contra París era mucho”, confiesa sonriendo.
Comenzaba la década de los noventa. 10 años después de París, con una vida entera a cuestas y casi 30 años de matrimonio, Rita supo que Alfredo estaba viviendo nuevamente en La Paz. “Un día fui a un concierto en casa de unos amigos y ahí estaba él. “Qué coincidencia, esta mañana compré un libro de poemas, pensando en ti, te lo daré luego”, le dijo él. Se reencontraron, pero estaría sólo un mes en la ciudad, para regresar luego a París. “Cuando se fue y lloré y lloré. No dejaba de llorar, día y noche”, recuerda Rita.

Llegaron las Alasitas y como era costumbre, yo iba el 24 a las 9:00 de la mañana con la lista de regalos para mi gente querida. “En eso vi un tilincho [ii] de un pintor y les pedí a mis amigas que me lo regalen. Dijeron que no, que ése estaba en París y que no serviría de nada. Luego de unas cinco cuadras yo seguía insistiendo tanto, que tuvieron que volver y comprar la miniatura. Llegué a mi casa, puse al pintorcito en una mesa y tres horas después (Alfredo) me llamó por teléfono. ‘He regresado de París para quedarme y quiero hablar contigo” le dijo. Desde ese día nunca más se separaron. “Yo estaba casada desde hacía 29 años y pensaba que así seguiría hasta el fin de mi vida, pero no hay que dar nada por sentado. Mi marido era un muy buen hombre y tuve que decirle que quería el divorcio. Sin creerme realmente, dijo que lo aceptaría. Pasado un tiempo le avisé que ya había avanzado el tema con un abogado y que teníamos que ir a firmar; creyó que estaba enloqueciendo, no daba crédito, pero se portó como un caballero. Fue un proceso muy amigable.”
El primer artista que dona una colección entera a la Fundación del BCB
Alfredo quería donar su obra, pero le preocupaba la unidad y permanencia de la colección, por lo que pensaron que debían encontrar un espacio que garantice estas condiciones. Luego de hablar con varios amigos, se decidieron por la que sería la primera donación de arte a la Fundación del Banco Central de Bolivia.
La última salida de Alfredo en vida fue al BCB, a instalar su obra, 36 piezas que él mismo decidió cómo y dónde ubicar, en la sala del Directorio. Es una colección completa que abarca obras desde sus primeros años hasta sus últimas creaciones.
Un mensaje para los jóvenes
“El artista se debe hacer a sí mismo. No se trata solamente de tener un talento posible, sino de llevarlo adelante. El talento natural se tiene que transformar en una profesión a tiempo completo y la única forma es con perseverancia, hay que machacar y machacar.”
Se trata de encontrar tu camino. A nadie le ha resultado fácil, ni a los grandes del renacimiento ni a los impresionistas. Todos han luchado duro. Recuerdo a ese magnífico hombre que fue Modigliani. Se ha vendido un cuadro suyo en 150 millones de dólares, cuando él ha pasado hambre y miseria. No es un camino fácil para nadie, sea poeta, bailarín o lo que fuere. Es básicamente eso.”
Gracias, maestro.
[i] El 14 de marzo de 1970 Alfredo Alexander Jordán y su esposa, Martha Dupleich perdieron la vida por la explosión de un paquete enviado a su domicilio.
[ii] Artesanía de cerámica que representa una figura en miniatura.
Este reportaje ha sido publicado también en el periódico Página Siete. Puedes revisarlo aquí: El pintor del alma.

