Diez años después del primer encuentro, volvieron a verse brevemente en La Paz. Como aquel otro día, en París, sería tan sólo por un momento. “Estaré aquí por unas semanas, nada más”, dijo él. “Está bien”, le respondió ella con el corazón arrebatado. Luego Alfredo, su Alfredo, partió hacia el otro lado del mar y ella lloró océanos de melancolía. Así debía ser, sus caminos iban en direcciones opuestas.
Uno de esos días lacrimosos, comenzaron las Alasitas y ella, presurosa, fue a comprar miniaturas para regalar a su gente querida el deseo del deseo. Al paso, vio un tilincho, pensó en él y pidió que se lo compren. Las amigas le dijeron que no, que ese hombre estaba lejos y no tenía sentido regalarle algo que no sucedería. Se empecinó en tener esa figurita amable hasta que la consiguió. Llegó a su casa, puso al tilincho en una mesa y unas horas después recibió la llamada. “He regresado para quedarme y quiero hablar contigo”, le dijo su amado. Desde ese día, nunca más habrían de separarse hasta casi tres décadas después, cuando el corazón de Alfredo La Placa dejó de latir, una tarde de diciembre, junto a ella. Tenía 87 años.
“En la vida, no hay que dar nada por sentado”, dice Rita. Sobre todo en Alasitas, digo yo.
Este artículo se publicó también en Página Siete
Rita Del Solar. Fotografía de Cecilia Fernández.