El periodismo y sus batallas

Hace poco leí un fragmento del nuevo libro de Juan Carlos Salazar del Barrio, “A la guerra en taxi”, en el que ofrece una recopilación de crónicas sobre varios conflictos armados que tuvo que cubrir como corresponsal en los tiempos de la máquina de escribir y el télex. Dice Salazar que para que un reportaje sea bueno, los periodistas deben estar cerca de los hechos, en el epicentro mismo, y menciona un par de citas de películas inolvidables de los 80 que han inspirado esta columna.

Hoy, en palabras de este querido autor, ha cambiado todo, los tiempos, los periodistas y las guerras. No solo eso, hay una profunda crisis en los medios así como en las formas de cubrir y de consumir la información. Los periódicos son cada vez menos; según el New York Times, en los Estados Unidos más de 2.500 periódicos han desaparecido desde 2005 y dos diarios se cierran cada semana en ese país. Adicionalmente, crece la desconfianza. El Digital News Report 2022 del Instituto Reuters señala que cada vez son más las personas que desconfían de los medios y evitan las noticias, sobre todo las más jóvenes. Si a eso sumamos la baja calidad de los contenidos informativos -especialmente en televisión-  y la tendencia de muchos medios a alinearse con oficialismos de turno, la situación es más alarmante.

Para las nuevas generaciones, las redes sociales -especialmente Tik Tok- están reemplazando a los medios tradicionales como fuente de noticias, lo que junto con la proliferación de youtubers, conforman una dimensión paralela y caótica de producción de contenidos en los que se mezcla información, opinión, desinformación y discursos de odio de las más variadas categorías. Gran parte del público no logra diferenciar uno del otro.

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Aniquilación y fortaleza

El Holocausto ha sido, muy probablemente, una de las tragedias más grandes de la historia de la humanidad y, tristemente, no la única. El exterminio sistemático por razones de origen étnico, político y religioso, entre otras, nos asola todo el tiempo, en todas partes. Y como si no fuese suficiente, están los negacionistas.

Afortunadamente, hemos sabido desarrollar formas de preservar la memoria. Por eso son tan valiosas las personas que se dedican a la historia, la archivología, la bibliotecología, la antropología y el arte, por citar algunos oficios. La literatura y el cine son otros medios maravillosos para fomentar el conocimiento y la reflexión y en estas ramas, las obras producidas sobre los crímenes del nazismo son innumerables.

Foto: Iberlibro

Un libro que marcó mi vida, no sólo porque es una historia durísima, sino porque lo leí a una edad muy temprana (mi padre, que ponía límites a todo, se olvidó de controlar mis lecturas), es La Hora 25, de Constantin Virgil Gheorghiu, quien escribió esta novela estando en cautiverio, arrestado por las tropas estadounidenses al final de la II Guerra Mundial. Publicada en 1949, cuenta sobre cómo la guerra destruye la sencilla vida de un granjero rumano. La hora 25, dice Gheorghiu, es “el momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la última hora, sino una hora después”.

En 1967, el productor Carlo Ponti llevaría esta novela a la pantalla grande, con la dirección de Henri Verneuil y los papeles protagónicos a cargo de Anthony Quinn y Virna Lisi. Más allá, el tema abarca prácticamente todos los géneros y se refleja en títulos que van desde Casablanca (Michael Curtiz, 1942) hasta la saga de Indiana Jones (Steven Spielberg 1981 – 2008).

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