Dos años de ayuno

Dos años y una pandemia después, llegó la decimosexta versión de la larga noche de museos, la esperaba con ansias. Eran cientos de propuestas. Había que tener muy claro dónde querías ir, entendiendo que las filas podían ser eternas; vi una que ocupaba unas cuatro cuadras, por la calle Sagárnaga, donde había un local en el que se hacía, ni más ni menos, que un tributo a la llajua. Fabuloso.

La Plaza Mayor rebalsaba gente, la zona central parecía un hormiguero, como si todos hubiésemos salido al mismo tiempo, estaban los solitarios, las madres con sus guaguas, una en aguayo y la otra de la mano; las familias de ocho, con abuelos incluidos y claro, te encontrabas con mucho más: anticucheras, parejas que se comían a besos, pintores callejeros, artesanos, ventas de libros usados, algodoneros de azúcar, niños potosinos bailando por monedas, escultores produciendo en vivo, DJ acompañando exposiciones, músicos afinando sus instrumentos, policías diciendo “circulen” a los borrachitos, ancianas pidiendo una moneda, niños entusiasmados con los cuadros en las galerías, otros, eufóricos con los cosplayers de Harry Potter, mientras sucedían dos conciertos al mismo tiempo en la Plaza Abaroa, con la feria de arte libre al medio. Un poco más allá estaba el Mercadito Pop, las cholitas escaladoras, el club del anime, la colección de muñecas, los inventos de Da Vinci, el Market Creativo, desfiles de moda… y mucho, mucho más.

Escultora trabajando en la calle – Academia de Bellas Artes

Fueron 16 circuitos, más de 1000 artistas y más de 200 espacios, sin contar los que preparó el Ministerio de Culturas, bajo el nombre de Noche del Patrimonio Cultural, con la participación de instituciones estatales, como las administradas por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.

Concluí casi cinco horas de caminata, abrumada por la multitud y por las emociones encontradas, por los contrastes de la ciudad, todo al mismo tiempo y en las mismas veredas. Resignada a no atender todo lo que quería, me quedé con la alegría que provoca el buen reencuentro en las calles. Fui feliz de compartir esa sed de arte al alcance de la mano.

Nuestra Larga Noche de Museos es, claramente, mucho más que lo que se puede ver en un día, sobre todo si son más de 200 los espacios para visitar, desde galerías, hasta plazas y mercados. Es una experiencia de cultura viva de la que nos apropiamos ávidamente, como alimento que llega después de un prolongado ayuno. Si bien fue el estreno de una nueva gestión municipal, una de las conclusiones que saltan a la vista, desde hace tiempo, es que hacer esto una vez al año ya es insuficiente para la demanda ciudadana. Otra, que el sector privado tiene mucho que potenciar en la llamada “economía naranja” para bien suyo y de los creativos.

“A mí me encantaría que fueran más de estas noches al año. Mucha gente pudo generar ingresos extras, salir en familia, involucrarse con el arte y ver con otros ojos a los espacios culturales que no se muestran siempre amistosos y cercanos. Me di cuenta que la ciudad no para de crecer y que nos hemos convertido en pequeñas ciudades lado a lado que tienen su propia dinámica y que son casi independientes! No pudimos llegar al Sur ni a Miraflores.”

Dante Chumacero, curador y gestor cultural

Lo que hace 16 años comenzó como una velada con ingreso gratis a los museos, se ha convertido en una enorme maquinaria de trabajo creativo, artístico y cultural, vinculado, además a otras áreas de la economía.

¿Qué hacer con todo el aprendizaje que deja esta jornada? El potencial es enorme, gracias a la información que deja esta experiencia. Es cuestión de recogerla, ordenarla y analizarla; se trata de ser creativos con lo que hay. La larga noche es una veta de datos que esperan ser relevados y aprovechados en bien de la ciudad y sus habitantes. La gestión municipal tiene que constituirse en ese puente que une a los emprendedores de las industrias culturales y el resto de la gente, a esa enorme cantidad de ciudadanos y ciudadanas que piden mayor acceso a espacios y actividades artísticas, que a su vez son mecanismos virtuosos de reencuentro y convivencia pacífica, que nos permiten abstraernos del conflicto permanente, que son un bálsamo para ese sino de polarización en que se nos ha sumido como sociedad.

La Paz ardió, ardió de gente. La trancadera ya no es un síntoma de enfermedad, es la marca permanente de varicela en nuestra cara. A pesar de no tener un programa impreso o un PDF oportuno, los paceñxs y no paceñxs hemos decidido entregarnos a la calle, como gallina sin huato. La cosa es salir. Y hemos andado terrible.

Claudia Daza, periodista cultural

Las calzadas de La Paz, que están permanentemente colapsadas por bloqueos y protestas, necesitan bajar su intensidad durante la larga noche. Cerrar unas calles y habilitar otras, con los oficiales de tráfico en las esquinas, con avisos oportunamente difundidos, debería ser factible. La calle debe cumplir con el mismo propósito de los museos, ser el lugar del buen encuentro entre peatones. Una posibilidad es, por ejemplo, hacer una larga noche por mes, por zonas, sin causar embotellamientos y dando a la gente la oportunidad de visitar otros barrios y de integrarse con sus pares y a los participantes, de generar más ingresos y mayor difusión.

Recoger información, preguntar, entender y evaluar; lo que sucede en la ciudad durante esta jornada es una fuente inmensa de información. ¡Hay tanto, pero tanto, que tenemos para ofrecer y consumir! Esta ciudad tiene gente que va a mil por hora en cuestión de iniciativa, energía y capacidad. Rescatar las lecciones aprendidas es el desafío.

Ha sido bello hacer cola y aparezca de la nada una sicureada rural por la Comercio. Ha sido bello que un chico me pregunte ¿y ahora qué cola me recomienda? Súper preocupado por no perderse algo lindo.

Ha sido lindo, más que hermoso ver gente bailando, ensayando para su entrada, mirando un concierto, y sobre todo ver a aquella casera, que dejó el puesto para ponerse a bailar delante de todos frente al Teatro Municipal.

Claudia Daza, periodista cultural
Pachamama plastic con Illimani, obra del artista Cristian Laime, expuesta en el Museo Nacional de Arte

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