Faltaban pocos días para que los XX Juegos Olímpicos de Verano, Munich 1972 lleguen a su final; desde su inauguración, el 26 de agosto, el evento se desarrollaba según lo previsto. Se vivía un tiempo de innovaciones que marcaron fuertemente al mundo. Gracias a la tecnología satelital, esta era la segunda ocasión en que las olimpiadas se trasmitían por televisión a color y el nadador estadounidense Mark Spitz obtuvo siete medallas de oro, rompiendo varias marcas mundiales, entre otros hitos. Además, ese año se inició la costumbre de adoptar una mascota para los juegos.
El film Septiembre 5 inicia con una escena ideal para despertar la nostalgia: película finamente granulada, sala de control de transmisión de la era analógica, muchos monitores, cables, varios teléfonos de dial, hojas de papel, un equipo de periodistas y técnicos que muestran señales de haber trabajado largas horas. Son del canal ABC y están transmitiendo las vigésimas olimpiadas, desde la ciudad alemana de Múnich.

Es la mañana de un martes. Spitz le está ganando al local, el alemán Werner Lampe. Mientras observamos las imágenes de la competencia, se escucha la voz del comentarista deportivo: “Spitz deja lejos al nadador alemán. Está a punto de hacer historia en las Olimpiadas, al ganar su séptima medalla de oro… ¡y lo logró! ¡Spitz ganó!”.
La cámara está lista para acercarse a Spitz, pero una voz interviene, indicando que muestren primero al alemán. Es Roone Arledge, presidente de ABC Deportes, un narrador visionario que sabe cómo cautivar a las audiencias. El jefe de control duda, “¿estás seguro, el alemán?”. Arledge confirma con un gesto.
Proceden y en el monitor central observamos el rostro desesperanzado y agotado del nadador alemán. El comentarista capta de inmediato el giro narrativo y continúa: “Werner Lampe está devastado, ha entrenado por años, pero nada puede detener la historia. Spitz lo deja atrás. Hoy, él los ha dejado a todos atrás.”
“Se siente como si estuviésemos en el corazón de una inmensa máquina, que provee al mundo información vital. Cada movimiento está perfectamente coordinado. Una obra maestra de engranaje de tiempos y trabajo de equipo”
En la pantalla vemos al ganador, radiante, mientras al fondo los perdedores lucen decepcionados. Arledge quiere más, “acérquense”, indica. No se puede, los equipos solo llegan hasta ahí. A alguien se le ocurre llevar la unidad móvil, el director técnico dice que no están preparados, pero hacen unos cuantos malabares y logran llegar cuando Spitz, muy emocionado, abraza a sus padres, la cámara se nubla con el aliento del joven. Es el momento más importante de su vida y todos fuimos parte.
“Se siente como si estuviésemos en el corazón de una inmensa máquina, que provee al mundo información vital. Cada movimiento está perfectamente coordinado. Una obra maestra de engranaje de tiempos y trabajo de equipo”, reza el texto de Moritz Binder, Tim Fehlbaum y Alex David, nominados al Oscar por mejor guion original.
Y esa es la sensación que transmite la obra dirigida por Fehlbaum desde el primer minuto, cuyos planos cerrados nos sumergen en la tensión de los personajes y donde la edición añade una energía que mantiene a la audiencia pegada a su butaca. Por algo es que ya ha ganado dos premios a mejor montaje, en los Independent Spirit Awards y en la Asociación de Críticos de Los Ángeles.

Septiembre 5 cuenta, desde dentro de una sala de control, cómo un equipo de reporteros del área de deportes, que cubría las Olimpiadas de Múnich, respondió a un evento terrorista dentro de la villa olímpica, dejando la transmisión de los juegos, para mostrar el ataque en tiempo real a 900 millones de espectadores, tomando delicadas decisiones sobre la marcha, todos jóvenes, sin gran experiencia, usando su olfato periodístico, los recursos disponibles con creatividad y resolviendo detalles técnicos y las limitaciones de la época.
Sin embargo, Septiembre 5 se enfoca, particularmente, en los dilemas éticos y en las responsabilidades morales de los medios ante la posibilidad de transmitir en vivo un hecho potencialmente trágico. ABC fue el único canal que logró quedarse con su equipo cuando la policía decidió evacuar la villa (aunque los juegos -inexplicablemente- continuaron), lo que lo convirtió en lo ojos del evento ante el mundo, con la presión que eso implicaba. En entrevistas a medios, Fehlbaum ha comentado que el equipo de ABC improvisó soluciones para mantener a la audiencia informada, lo que resultó en un modelo que ha influido en la cobertura mediática de crisis durante décadas.

Aunque la película trata de un evento sucedido hace casi 53 años, su planteamiento es más que actual; en un mundo infestado de falsedades y desinformación, de sensacionalismo y de revictimización, esta historia invita a reflexionar sobre la responsabilidad. Tener un aparato y toda la tecnología en una mano no significa dejar de analizar sobre cómo las imágenes y las transmisiones influyen en las sociedades, lo que necesariamente implica pensar en cómo estas sociedades están siendo educadas.

A la cabeza de Peter Sarsgaard y John Magaro, los integrantes del equipo de la sala de control, incluyendo a la gran Leonie Benesch, que interpreta a la traductora alemana Marianne, un personaje secundario solo en apariencia, equilibran sus pesos en la pantalla con autenticidad y sobriedad, haciendo que la tensión de la historia se transfiera al público, aunque sepamos su final.
Septiembre 5 es de lo mejor que tendremos en las salas de cine en estas semanas, un thriller atrapante desde el minuto cero, con una historia bien contada y finamente elaborada, sin pretensiones, con respeto por el contexto del cual habla y por el público al que se dirige, que bien podría estar en la lista de nominaciones a mejor película de los premios que entregan hoy en la ciudad de Los Ángeles, en lugar de esa cosa burda hecha por Jacques Audiard.
