La Virginia de los bolivianos, la resistencia a desaparecer

En Bolivia, ejercemos nuestro colonialismo con naturalidad, se sabe, pero resulta que el hecho de emigrar detona una suerte de resistencia cultural, que, a su vez, ocasiona cambios insospechados en la conducta. Por ejemplo, factores como los prejuicios de clase social y cuidar las apariencias desaparecen y la necesidad de ser boliviano y expresarlo, crece.

“En Bolivia todos son hijitos de mamá. Yo era, y mi hermano también. Todavía hay ciertas cosas que no te permiten lanzarte. Por ejemplo, si vendes comida, te preocupas por lo que dice la gente. A ver vaya a trabajar usted de mesero en Bolivia”, se escucha decir a una señora en off.

Esas son algunas de las ideas que el documental “La Virginia de los bolivianos” parece proponer en sus casi dos horas de metraje, comprimidas luego de un rodaje que le tomó 12 años a su realizador, Juan Cristóbal Ríos.

“La conciencia del boliviano se descubre, se abre más, porque ya no tienes el prejuicio social. En Bolivia tenemos el prejuicio social y la presión de clase, entonces la gente se cuida de expresarse; en cambio aquí no. Se hace más global la necesidad de ser boliviano.” Así sostiene Julia García, presentada como lingüista y portadora de saberes ancestrales, quien será una de las personas que sostiene el documental con sus testimonios.

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Septiembre 5: impacto de un atentado en el periodismo

Faltaban pocos días para que los XX Juegos Olímpicos de Verano, Munich 1972 lleguen a su final; desde su inauguración, el 26 de agosto, el evento se desarrollaba según lo previsto. Se vivía un tiempo de innovaciones que marcaron fuertemente al mundo. Gracias a la tecnología satelital, esta era la segunda ocasión en que las olimpiadas se trasmitían por televisión a color y el nadador estadounidense Mark Spitz obtuvo siete medallas de oro, rompiendo varias marcas mundiales, entre otros hitos. Además, ese año se inició la costumbre de adoptar una mascota para los juegos.

El film Septiembre 5 inicia con una escena ideal para despertar la nostalgia: película finamente granulada, sala de control de transmisión de la era analógica, muchos monitores, cables, varios teléfonos de dial, hojas de papel, un equipo de periodistas y técnicos que muestran señales de haber trabajado largas horas. Son del canal ABC y están transmitiendo las vigésimas olimpiadas, desde la ciudad alemana de Múnich.

Es la mañana de un martes. Spitz le está ganando al local, el alemán Werner Lampe. Mientras observamos las imágenes de la competencia, se escucha la voz del comentarista deportivo: “Spitz deja lejos al nadador alemán. Está a punto de hacer historia en las Olimpiadas, al ganar su séptima medalla de oro… ¡y lo logró! ¡Spitz ganó!”.

La cámara está lista para acercarse a Spitz, pero una voz interviene, indicando que muestren primero al alemán. Es Roone Arledge, presidente de ABC Deportes, un narrador visionario que sabe cómo cautivar a las audiencias. El jefe de control duda, “¿estás seguro, el alemán?”. Arledge confirma con un gesto.

Proceden y en el monitor central observamos el rostro desesperanzado y agotado del nadador alemán. El comentarista capta de inmediato el giro narrativo y continúa: “Werner Lampe está devastado, ha entrenado por años, pero nada puede detener la historia. Spitz lo deja atrás. Hoy, él los ha dejado a todos atrás.

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