Ser eficiente no es difícil, ni caro

cropped-dsc_0137_4.jpgLlegamos a Jamaica. Pese al cansancio, de haber salido de casa hace casi 24 horas, con tres despegues, tres aterrizajes y tres cambios de avión, la expectativa por conocer esta isla caribeña, tan rodeada de encanto, alegra. Estar, finalmente, en tu destino, es también motivo de regocijo, pues ya te preparas mentalmente para tomar un baño, ponerte ropa fresca, comer algo caliente o finalmente, tan sólo poder caminar al aire libre, fuera de esos espacios cerrados e impersonales como son los aviones y los aeropuertos.

Aunque vayas por motivos de trabajo, estar en Montego Bay es un motivo adicional de satisfacción, pues se trata de una de las localidades de turismo más famosas de la región. Cuando dices que vas a Jamaica, los demás abren los ojos y suspiran. ¡Que envidia, disfruta mucho!, dicen. El nombre de Jamaica está acompañado de un aura de paisajes exóticos, playas paradisíacas, música reggae, alegría y desenfado, con la imagen de Bob Marley y hojas de cannabis al fondo. Esos son los preconceptos mentales que la mayoría de las personas tenemos cuando pensamos en Jamaica sin haberla conocido.

dsc_0154_5Una de las primeras imágenes que llaman la atención cuando ya estás fuera del aeropuerto, por ejemplo, es abrir la puerta del taxi y descubrir que ahí está el asiento del conductor, en el lado derecho. Sorprende, aunque no debería, pues Jamaica es parte de la Mancomunidad de Naciones, una agrupación de países cuya historia está ligada al Reino Unido.  En esta isla se puede encontrar mucho de herencia británica, tanto en las normas de tránsito, como en la comida y a momentos, incluso, el acento.

Pero volvamos al aeropuerto, que es el espacio en el cual un país recibe a sus visitantes. El punto que crea la primera impresión.Sigue leyendo «Ser eficiente no es difícil, ni caro»

Una llamada de auxilio

El apartamento de 95 m2 se había llenado de visitas. Cada vez que había más de diez personas, la sala se vería repleta, como si todos estuviesen ahí. Helen había ofrecido su pequeño hogar para celebrar el cumpleaños de su amiga. Estaban también los hijos, que llevaron a sus amigos; estaban repartidos por todas las (3) habitaciones, conversaban, preparaban bocadillos, escuchaban música. Helen estaba en la cocina, a punto de vaciar una bolsa de papas fritas en un plato cuando sonó el teléfono fijo. Fue a la sala y al responder una voz jadeante y angustiada le pidió ayuda; al principio no entendió bien, estaba distraída y había ruido alrededor, así que fue a su habitación, cerró la puerta y habló con aquella mujer que pedía, con cierta desesperación, que vaya en su auxilio. Helen no sabía quién le estaba hablando y por qué la había llamado, le preguntó su nombre, la voz entrecortada dijo que se llamaba Ana; “Llame a mi hijo, por favor, es médico, me siento muy mal”, repitió. Helen no la conocía, tampoco al hijo, Gustavo Vera, según le respondió cuando ya preocupada por esa desconocida, Helen comenzó a preguntarle, para intentar hacer algo. Sólo alcanzó a decirle el nombre del hijo, un número de teléfono incompleto y una dirección a medias. La llamada se cortó antes de que pudiera preguntarle más.Sigue leyendo «Una llamada de auxilio»