De la plaza de Sucre a Beijing: los caminos del feminismo

El feminismo, a lo largo del tiempo, se ha ido transformando casi en la misma medida en que diversidad de sectores, colectivos y similares lo han estado distorsionando, al punto que hoy abundan quienes creen que ser feminista es sinónimo de extremismo y anarquía. Pues no, a esas personas les falta lectura y análisis.

El feminismo, cuando yo era niña, lo leía en las revistas con el nombre de “liberación femenina” y entonces no se mencionaban términos vitales, como derechos humanos, igualdad de oportunidades, acoso o violencia machista. Se trataba el tema incipiente y superficialmente, al menos en los textos que llegaban a mis manos (revistas “para mujeres” y algunos periódicos). Mi mamá, sin ir muy lejos, nunca se consideró feminista, pero lo fue. Un día le dijo a mi papá que quería trabajar y ganar su propio dinero, además de salir un poco de la casa, pues sus tres hijos la teníamos completamente agobiada. Cumplió, como le habían enseñado con ser esposa y madre, pero faltaba algo, necesitaba ser ella misma en ámbitos que la estimulasen intelectual y creativamente.

Mi papá se opuso, fue un tiempo en el que discutieron mucho, muchas veces. Cada uno defendía sus argumentos sin cejar. Cada uno hacía lo mejor que podía, con lo que sabía y entendía; es algo que comprendí muchos años después. El caso es que un día mi mamá decidió hacer huelga y comenzó a salir, de lunes a viernes, de 9:00 a 12:00 y de 14:00 a 18:00. Iba a la plaza central, donde se sentaba en un banco hasta que la hora de regresar. Sola y en silencio, resistió los reclamos de su esposo, los berrinches de los niños, los chismes del pueblo. En casa nada grave sucedió, ella se organizó de tal manera que nuestra vida siguió marchando como se esperaba que ella la haga funcionar. Luego de dos semanas mi padre tuvo que ceder, negociaron algunos términos que merecen un artículo aparte, y mi mamá consiguió un puesto de secretaria en una oficina pública, donde comenzó a ser ella nuevamente, fluyendo en toda sus facetas, sintiéndose independiente, capaz y productiva más allá del nido familiar y de los roles de género que le habían asignado sin preguntarle.

Y es que, de eso, por mostrarlo de forma muy simple, trata ser feminista. Que haya hoy cientos de corrientes y formas de usar esta lucha, es otro tema.

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Misión: Imposible – Sentencia final o el físico que salva al mundo

Es casi una perogrullada afirmar que el término “Misión: imposible” ha calado la memoria colectiva de occidente por varias generaciones; por algo está desde la década de los 60, cuando las familias se reunían a mirar la pequeña (y única) pantalla de la casa, que entonces era en blanco y negro, a seguir la serie creada por Bruce Geller, sobre las peripecias de la unidad de élite y sus misiones secretas, extraoficiales y aparentemente imposibles de lograr. Al inicio, el protagonista era un personaje sustancialmente distinto del actual Ethan Hunt. La gente memoriosa recordará al platinado y siempre enternado Peter Graves, que personificó al jefe del equipo durante seis de sus siete temporadas. Al parecer, el primer protagonista dejó la serie porque se rehusaba a realizar algunas escenas de riesgo.

Esta primera propuesta ganó 10 premios Primetime Emmy y contó con la participación de actores y actrices invitados notables de la época, como Lloyd Bridges, Ricardo Montalbán, Joan Collins, Loretta Swit y William Shatner.

La serie triunfó por su esquema innovador; la idea de las cintas que se autodestruyen quedará para la eternidad, junto con la música del argentino Lalo Schifrin, que hoy tiene 92 años. Y digo innovador porque hay que considerar que en esta época proliferaron las producciones inspiradas tanto por el fenómeno del agente 007, James Bond, como por la guerra fría y la amenaza latente de un conflicto nuclear entre las dos superpotencias globales, Estados Unidos y la Unión Soviética. ¿Recuerdan el término “cortina de hierro?

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