Son disfrutables tres horas y media, gracias a excelsas actuaciones, así como estéticas visual y sonora dignas de todos los premios acumulados hasta hoy (118 ganados y 345 nominaciones, según IMDB). El brutalista es, con esa duración, una historia que le ha permitido a su director dibujar varias capas y subtramas para sus personajes y, por tanto, hay más de una lectura posible, desde ángulos sociales, históricos, políticos, técnicos, artísticos y culturales. Es, en otras palabras, un tema que permite varias horas de conversación.

Si bien tiene tintes de documental y de biografía, es una película de ficción que trata sobre László Toth, un genio húngaro de la arquitectura, que huye del holocausto junto a su familia y se instala en Filadelfia, donde tratan de rehacer sus vidas, en un entorno conservador y nacionalista. Se relacionan con un supuestamente accesible – buen tipo – millonario – industrial Harrison Van Buren (magistralmente interpretado por Guy Pearce), quien ofrece a László y a su familia la oportunidad de lograr el sueño americano, al encargarle el diseño de una obra monumental. Esto llevará a Toth, a las relaciones que se entablan y a la narración a extremos insospechados, en los que la participación de Erzsébet (una Felicity Jones de lujo) aporta la solvencia y el equilibrio que la historia precisa.

Adrien Brody logra una interpretación impecable, auténtica y que, aunque ha generado cierta polémica por el uso de inteligencia artificial para mejorar su acento húngaro, no debería afectar la calificación de su trabajo actoral. Ha sido mencionada también la coincidencia de que Brody personifique a Toth luego de haber hecho El pianista (Roman Polanski, 2002). Brody ganó el premio Oscar a mejor actor por ese papel, así que este año podría haber una segunda coincidencia.
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