Abejas y valor de marca

¿Sabías que los polinizadores contribuyen directamente a la seguridad alimentaria y que polinizan el 75% de las cosechas del mundo? Y, como sucede con tantas contradicciones nuestras, desde hace mucho la actividad humana las está poniendo en peligro. Sin embargo, hay cosas que aún podemos hacer para contrarrestar las amenazas, una de ellas es apoyar a este valioso emprendimiento llamado Melimel, que se dedica a la apicultura sostenible.

Melimel es una de esas iniciativas que nos inspiran a ser mejores y ofrecen a las organizaciones y personas la posibilidad de realizar una buena acción, de forma sencilla y a la vez, efectiva. Es por eso que este año soy la orgullosa mamá adoptiva de unas colmenas, que me proveerán miel pura y sin procesos industriales, pero lo que realmente importa, es que me dan la alegría de colaborar con la preservación de las abejas e, indirectamente, con la cadena virtuosa de comercio justo y sostenible que MELIMEL ha creado en su entorno con los productores locales que le proveen de los insumos para su producción.

La milla extra

Melimel, de la mano de Pamela Requena, ha creado el ApiClub, un espacio de encuentro y aprendizaje, en el que apicultores intercambian conocimientos para perfeccionarlos y así mejorar técnicas y la calidad de los productos, pero sobre todo para «acercar al mundo al universo de las abejas, para protegerlas y respetarlas». Pamela sostiene que la apicultura es más que producir y consumir miel, es establecer una conexión con seres que cuidan la naturaleza sin pedir nada a cambio, cuya labor es fascinante y de las cuales tenemos mucho que aprender.

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Aimara: quiero generar valor con mi trabajo

Tiene tan solo 22 años y es la única artista boliviana que ha participado en un musical off-Broadway en Nueva York, que agotó taquilla el pasado mes de febrero.

Aimara es el nombre artístico de esta joven que está a punto de graduarse de la carrera de Artes Escénicas (Performing Arts) en NYFA (New York Film Academy) con quien hablé hace poco y aquí comparto esa grata conversación.

Me cuenta que lleva la música en la piel, su papá le tocaba la clave mientras crecía en el útero de su mamá y cuando era niña cargaban con ella a cada concierto y guitarreada a la que ellos asistían u organizaban. A sus dos años, antes de caminar realmente, ya practicaba ballet y ahí comenzó un camino en el que ha ido descubriendo un sinfín de posibilidades que van desde el jazz al folklore, pasando por el flamenco, la cumbia y más. Hoy está formada en más de 30 tipos de danza.

“En Bolivia somos millonarios culturalmente, hay más de 27 danzas oficiales y más de 37 si cuentas las de comunidades más pequeñas. En diversidad cultural y folklórica tenemos muchísimo. Somos uno de los tres países más ricos del mundo”, afirma, recordando que cuando tenía 14 o 15 años lideró un grupo de danza folklórica en el colegio, que ganó varios concursos, siendo la menor del equipo. “Me gusta llevar la batuta”, ríe. “Esa fue la primera vez que realmente aprendí a dirigir y me di cuenta que también me gusta ese mundo, entonces no solamente me gusta bailar, sino también crear, dirigir, coreografíar, poner historias en escena.”

Antes de terminar el colegio, practicó también el baile flamenco en la escuela de Yadir Vásquez, en La Paz. Adicionalmente, ha explorado el jazz, la danza del vientre y varias vetas del folklore latinoamericano. Ha participado en la puesta en escena de la Casa de Bernarda Alba, donde le ha hallado gusto a la actuación y al canto; además le interesa la teoría musical, así que concluye que lo suyo son las artes escénicas y no quiere elegir una sola cosa a la cual dedicarse.

“Yo tengo muy claras las cosas que quiero hacer y el camino por el que quiero ir, quiero buscar la manera de formarme lo más que pueda en todas estas áreas para aplicarlas en el momento dado y no depender de nadie y poder llegar a cualquier oportunidad que se me dé, ya sea en danza, ya sea en actuación, ya sea en música, poder llegar y decir: estoy lista”.

Escena del musical off-Broadway «Barba» – Imagen cortesía de Aimara

La vida en Nueva York

Aimara (su nombre artístico) o Lucía Torrez Paniagua, como fue bautizada, vive como si no tuviese un minuto que perder, quizás por eso está terminando su carrera en tres años, en lugar de cuatro; un tiempo que ha incluido, además, aprender a organizarse y resolver todo por sí misma en una ciudad de ocho millones habitantes, madurar en soledad, bancarse una estafa, estudiar, practicar, trabajar, entender la dinámica de las audiciones, presentarse y manejar la frustración del rechazo, que es una constante en este oficio romantizado, pero en realidad, duro y muy competitivo.

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