Ellas hablan

Rooney Mara, en Ellas hablan

«Si no sabemos que estamos en la cárcel, ¿entonces somos libres?»

En las colonias “radicales”, la vida de las mujeres menonitas es muy parecida a una condena a presidio perpetuo: reclusión, aislamiento, silencio y soledad, casi el mismo régimen que se les da a los delincuentes más peligrosos.

Cual ganado, son prácticamente propiedad de los varones. Deben cumplir las obligaciones que ellos les asignan y parir cuanto hijo llegue. Se les priva de acceso a la educación, entre otros derechos y se las entrena sistemáticamente para callar y sentir culpa, incluso de pensar. La idea de no lograr su lugar en el cielo cuando mueran, las aterroriza. Ellas no hablan sin previa autorización de los hombres. No pueden llevar el cabello suelto, usar electricidad, ni ser dueñas de su tierra. La música tampoco está permitida.

«Entre 1955 y 1962 comenzó la migración de menonitas a Bolivia para poblar las tierras sobre todo del oriente. La presencia de los protestantes anabaptistas era muy valorada por su prestigio mundial en el trabajo agrícola, por lo que se les otorgó todas las garantías para que se desarrollaran bajo sus “usos y costumbres peculiares”.

Pero el Estado boliviano se olvidó de esta migración al día siguiente de que llegó el primer menonita y no volvió a mirar hacia ellos, entre quienes hubo líderes que decidieron radicalizar sus dogmas religiosos. Aíslan a su población y la someten a una obediencia que llega a la violación de derechos como el de la educación. No figuran en el Censo, en las leyes y no votan cuando gran parte ya nació en Bolivia. Muchos viven así pero otros ya no lo aceptan.

Bolivia es considerada uno de los últimos países con menonitas “radicales”» *

“Ellas hablan”, la nueva película de Sarah Polley, se basa en horrendos hechos reales de abuso sexual sucedidos en Bolivia (aunque la única referencia al país es un mapa de Chuquisaca) y que fueron reflejados por la escritora canadiense Miriam Toews (cuyo origen es menonita) que decidió escribir “Women Talking” (Sexto Piso, 2020) cuando estos hechos fueron noticia. Su novela se aventura a imaginar lo que hubiese sucedido si las mujeres y niñas atacadas se hubieran animado a hablar.

«En 2009 y 2022, a la justicia boliviana llegaron los casos de violaciones masivas en las colonias menonitas Manitoba, Belice y Piedras III. En el primero se estableció que fueron ultrajadas 150 mujeres. En el segundo 25. El móvil común: el uso de un spray que adormecía a las víctimas. Los acusados, 10 menonitas en el primer caso, y 3 en el último fueron encarcelados.»*

Hay que ver la película de Sarah Polley entendiendo el contexto. Hablar para ellas es un esfuerzo particularmente retador y un acto de rebeldía. Sumidas en la ignorancia y el temor, con un lenguaje muy limitado, analizan y debaten, llegando a filosofar sobre el sentido de sus existencias, pues han descubierto que desde hace años son víctimas de frecuentes agresiones sexuales. ¿Cómo procesar semejante monstruosidad? ¿Cómo analizar el hecho de que no solamente atacan a las mujeres adultas, sino también a las abuelas y a las niñas?

Su instinto las guía para buscar solidaridad, resiliencia y empatía, pero están convencidas de que la desobediencia y el reclamo pueden condenarlas a una eternidad en el infierno. Tienen que hablar porque están destrozadas, las vejaciones están minando su alma.

Mientras tanto, lo que ellos hacen es someterlas, silenciarlas, invalidarlas mentalmente, negar todo y convencerlas de que lo que creen que les está sucediendo es fruto de su imaginación, que quieren llamar la atención y que si algo les estuviera sucediendo realmente, se trataría de un castigo divino, por pecadoras.

Estas mujeres, que no son necesariamente amigas y que no están de acuerdo en muchas cosas, están hablando para sobrevivir. Hablar es su primer recurso de salvación. Hablar puede darles la posibilidad de un futuro. Hablar, hablar. Necesitan llegar a un consenso antes de que los agresores regresen a la colonia y su opciones son:

  • No hacer nada y callar
  • Quedarse y luchar
  • Irse
Ellas hablan (@vogue.es)

En cierto momento, a una de ellas se le ocurre que podrían pedir a los hombres que se vayan, a lo que una de las ancianas responde que jamás ellas han pedido algo a los hombres, ni que les pasen la sal, que abran la cortina o que las ayuden a incorporarse luego de haber pasado horas y horas tratando de parir. Pedirles que se vayan de la colonia es algo tan absurdo que les provoca una carcajada incontenible.

Ellas hablan a escondidas, en un granero oscuro, intentando discernir qué es lo correcto, quieren vivir dignamente, pero sin actuar contra los mandatos de su religión. Son conscientes de su falta de derechos, pero no se resignan a perpetuar la barbarie a las están sometidas y si una certeza tienen en ese mar de incertidumbre, es que van proteger a sus hijos e hijas. A ellas, de los monstruos y a ellos, de convertirse en tales.

La película ya ha ganado más de 50 premios y participa en los premios Oscar con nominaciones a mejor guión y a mejor película. Los méritos no son pocos, aunque tienen que ver más con lo que se dice que con las técnicas cinematográficas. ¿Polley pudo pulir el guión un poco más? Sí. ¿Hubiera ayudado que algunos diálogos fueran menos forzados? Sí. Pero en este caso es más importante mostrar lo que pasó. Es algo que sucedió, que años después se repitió y que -estoy convencida- sigue sucediendo. Aquí lo que prima es esa historia y lo que logre provocar a cada persona que la vea. Es un relato devastador, que debía ser contado y que ojalá, de algún modo, contribuya a reducir la indiferencia, así como la naturalización de la violencia y de la violación.

(*) Reportaje “Una vida en blanco y negro para ser candidato al cielo” de Ivone Juárez, Página 7 Investiga. Mayo, 2022

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