Cosas raras

No he visto Breaking Bad, ni Better Call Saul, ni Ozark. Lo sé, lo sé, pero como dice Joan Manuel, no es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

En consistencia con este antecedente e intentando observar desde una prudente distancia, evadí las oleadas que intentaron arrastrarme a buscarla en el televisor; esa abundante espuma de comentarios y artículos que Stranger Things provocó durante seis años me hizo convencerme que no valía mi tiempo. Además, disfrutar del horror nunca fue lo mío, tengo miedo a sentir miedo, así como al desasosiego que me provoca la profusión de babas sanguinolientas, ambientes tenebrosos y monstruos repulsivos.

Seis años ¿para qué? Pues para maratonear la serie cuando se estrenó la cuarta temporada y aceptar esa corriente que me arrastraba, sin apuro y sin pausa. Sentí eso que García Lorca llama “la agonía del alma insatisfecha” y me armé de valor; esta vez mi curiosidad era más que el espanto y me metí de lleno en cosas raras durante tres semanas, postergando mi lista de películas e infligiéndome angustias. Hoy espero entusiasta la temporada final y en el interín desmenuzo algunas claves del éxito de esta química perfecta de melancolía y suspenso.

Niños salvando a la humanidad. No son los chicos de siempre, los protagonistas son esos bichos raros a los que llenamos de apodos como nerds, chalpiris, waskiris, gays, frikis, loosers, gordos, feos y tantos más. Es decir, esos muchachos a los que juzgamos antes de conocer. Entre los adultos, los antihéroes son el policía alcohólico e indiferente, el profesor de ciencias al que nadie toma en serio y la madre divorciada que hace lo que puede con un empleo mal pagado y sin pensión alimenticia, pero que tiene fama de “loca”. En otras palabras, los marginados del pueblo. En este entramado los hermanos Duffer desenvuelven su madeja de personajes con naturalidad impecable y sin clichés, sobre todo con las heroínas, que deleitan en cada episodio por su inteligencia y enorme obstinación.

La nostalgia es buena vendedora. Me dijo alguien que Stranger Things es una carta de amor a la década de los ochenta y sí, las referencias a obras icónicas y a creadores que marcaron hitos en el cine y la música, calan hondo. Emociona recordar escenas de ET, Alien, Cazafantasmas y Poltergeist o reconocer objetos como el muñeco de He-Man, el walkman e incluso el champú de la famosa Farrah Fawcett.

Cosas raras toca las fibras más sensibles de los melómanos. Las loas a la música y la reivindicación del rock pesado son fascinantes. ¿A cuántos de mi generación nos dijeron que los metaleros eran satánicos y que sus canciones inducían al mal? En Stranger Things la música es el antídoto contra el mal, desde la memorable escena con Master of Puppets, de Metallica, pasando por Peter Gabriel, The Clash, Motley Crue y The Police hasta la magia de Kate Bush en el rescate de Max. Poesía pura.

La tropa del barrio. Junto con el suspenso que parece dar piso a toda la historia, subyace un homenaje a las amistades que se forjan en esa casi siempre complicada etapa de la vida llamada adolescencia. Por algo Stephen King sigue la serie y abunda en elogios; hay varios guiños a la memorable película “Cuenta conmigo”, sobre un grupo de amigos de infancia, inspirada en uno de sus libros.

La serie semeja a una revista de aventuras, de las que leíamos en papel y canjeábamos en la tienda de libros usados. Es un tributo a la fantasía, a la imaginación y a la habilidad de crear odiseas sobrenaturales con unas fichas y un tablero sobre la mesa, al gozo de correr en bicicleta con los amigos y de vibrar con la música de un cassette recién grabado.

Stranger Things es quizá una añoranza, un suspiro por los tesoros perdidos y donde lo oscuro y lo misterioso son piezas hábilmente creadas que logran sostener a los demás factores; un pretexto que luego de unos cuantos capítulos se percibe así, como un subterfugio para tejer los lazos y la complicidad de esa tropa de chicos adorables, aunque algo apartados de lo convencional.

Estas claves que cautivan, porque nos identificamos con ellas y son como un viaje entre amigos hacia la madurez, se encuentran en preciosas películas protagonizadas por niños y adolescentes, cuyos personajes, sin más superpoder que su lealtad y sin más fuerza que su incólume amistad, son unos verdaderos héroes.

Imágenes: sensacine.com - media.revistagq.com - filmaffinity.com - rtve.es

Cuenta conmigo (Rob Reiner, EEUU, 1986). Basada en el libro “El cuerpo” de Stephen King y nominada a un Oscar y a dos Globos de Oro, es una película de suspenso y aventura sobre un grupo de amigos que se salen en búsqueda del cuerpo de un joven del pueblo, recientemente desaparecido. La música es preciosa y la historia, inolvidable. (DVD, ITunes)

Sobre ruedas (Mauro D’Addio, Brasil, 2017). Lucas soñaba con ser jugador de fútbol, pero está en silla de ruedas. Laís ayuda a su madre vendiendo desayunos en una parada de camiones, en el pequeño pueblo donde viven. Juntos emprenden un viaje para buscar al padre de Laís, durante el cual harán más descubrimientos de los que imaginan. Inspiradora. (Prime Video)

La noche de las nerds (Olivia Wilde, EEUU, 2019). Amy y Molly son dos amigas que solo se tienen una a la otra. Toda su vida escolar se han esforzado al máximo para sobresalir académicamente, sin socializar con sus pares. La noche previa a su graduación deciden que saldrán de parranda, sin sospechar que la velada les depara muchas sorpresas. Entrañable, con una gran banda sonora. (DVD, Google Play, ITunes)

Las niñas (Pilar Palomero, España, 2020). Película célebre para Bolivia, gracias a la sublime fotografía de Daniela Cajías, quien ganó un premio Goya por este trabajo. Relata las vivencias de Celia, una niña en un colegio de monjas, a donde llega Brisa, la nueva compañera con quien entabla amistad e inicia su transición a la adolescencia, haciendo en el camino una serie de descubrimientos sobre su madre y sus raíces.

Este artículo fue publicado en Página Siete.

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