Su lealtad es innegociable. Siempre de trato generoso, son las caras más queridas de la Cinemateca Boliviana. De los 42 años de su creación, Ana Sotomayor y Clemencia Nina están ni más ni menos que 31. Sus primeros salarios eran de 60 bolivianos. Llegaron cuando la salita y el repositorio que alberga el patrimonio cinematográfico más importante del país estaba en su primera infancia. Con el tiempo ya conocían a su público. Era la época en que ibas con tu carnet de estudiante o de Amigo de la Cinemateca y pagabas Bs 1,50 por ver joyas del cine en una butaca añeja, como la esquina Indaburo y Pichincha. La Clemen te veía y en lugar de preguntar qué asiento querías, te entregaba tu taquilla favorita, sabiendo qué lugar te gustaba y preguntando qué tal fue tu día, con la franqueza de quien nada espera, con la claridad del aprecio mutuo.
“El ambiente era tan familiar, tan bonito y hemos tenido unos jefes tan buenos” suspira Ana. Los recuerdos son innumerables; rememoran con lágrimas la despedida de sus queridos Pedro Susz y Norma Merlo, recordando que en épocas difíciles no dudaron en pagarles el salario de su propio bolsillo. El traslado del archivo a la nueva Cinemateca estuvo a su cargo. “Tanta confianza nos tenían que nos dejaron todo, hemos embalado cada una de las películas y las hemos traído hasta aquí, como si fueran nuestras.” Entre cuatro o cinco empleados se dividieron la catalogación de afiches y películas, “Javier dibujaba las letras de los afiches rusos, porque no sabíamos qué decían ni de qué película se trataba.” Me dicen que con Plácido, Javier y Willy cerraron el viejo archivo y crearon el nuevo y sonríen, satisfechas por el deber cumplido, a lo cual solamente cabe agradecer.
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