Esta larga noche bien corta está

Larga noche de museos. Ya van 12 años y como siempre, hubo de todo y más, desde alguien que pensó que ser parte de esa velada era ir a comer pizza y luego a escuchar música en vivo a un café cerca de casa, hasta esas familias que, pertrechadas de abrigos y bufandas, salieron todos, incluidos bebés en carritos y abuelas con bastón a recorrer las calles paceñas, con una alegría que da gusto.

Leí que fueron 182 espacios los que programaron actividades para la noche del 19 de mayo en varias zonas de la ciudad, además de Viacha y El Alto. Solamente en Sopocachi eran 34 (¡34!). Se difundió información de varios circuitos zonales para que la gente pudiera organizar su salida. La Paz Bus ofreció una ruta especial a precio reducido. Mi Teleférico bajó sus tarifas, instaló exposiciones en varias estaciones e inauguró el Museo Putu Putu, ahora dispuesto, indefinidamente, a lo largo de toda la línea blanca. Hubo, incluso, veredas con códigos QR impresos en el piso, que te guiaban al espacio cultural más cercano.

Hubo tanto que la noche resultó breve. Hice una pequeña maratón entre las 7:00 y las 12:00. Calculo que vi unas ocho a 10 actividades, medio apurada, entre Sopocachi, San Jorge y Calacoto. Sé que me perdí actividades estupendas. Quedé agotada, pero quería más. Queremos más, no solamente largas noches de museos que quedan cortas; queremos festivales, gastronomía, conciertos, danza, teatro, cine, todo en la calle. Ahí, donde salimos a reunirnos para protestar, ahí mismo es donde queremos reencontrarnos y celebrar.

¿Qué tiene la larga noche de museos que cada vez nos convoca a salir con más ganas? ¿Usted haría filas de 30 minutos para conocer un museo o presenciar una exposición gastronómica?  Normalmente no, pero en la magia de la larga noche, la ciudad se baña en un ambiente de calidez y fraternidad, de buen humor, de paciencia para hacer largas filas, sólo por ver ¡una exhibición artística! Caminamos, subimos, bajamos y nos empapamos de convivencia y de reconciliación con nuestra ciudad. ¡Oh, es eso! Somos gente buena, con deseos de compartir, de disfrutar nuestra ciudad, de demostrarnos a nosotros mismos que sabemos ser felices pese a las vicisitudes diarias. Salimos a reconciliarnos con esas calles que de lunes a viernes son hostiles, trancadas, difíciles. Donde nos bocinean, nos insultan y nos dicen “vuélvase mañana”. Esa ciudad donde nos ahogan con el humo de los camiones que invaden el barrio, donde nos suben las tarifas y nos bajan los sueldos.

Tenemos hambre y sed de arte. Y tiene que ser en la calle porque las calles son nuestras, porque de ahí somos y ahí vamos a celebrar que estamos, que nos tenemos.

El desarrollo cultural promueve sociedades más pacíficas, menos conflictivas, más solidarias, menos egoístas. Más claro que agua de vertiente.

Este artículo se ha publicado en la revista Rascacielos del periódico Página Siete.

 

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