Mago Veo-Veo ¿dónde estás?

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A los 11 años, era una niña bastante apática, sólo me gustaba leer, devoré la Colección Billiken, todos los números de Mafalda, Cuentos Escogidos, El Tony, D’Artagnan, varias novelas de Agatha Christie y un montón de literatura de dudosa calidad, entre ciencia ficción y misterio. Sin embargo, no tenía ninguna cualidad especial, ningún talento que me destaque, era un desastre tanto para los deportes, como para las danzas. La indiferencia, entonces, era mi escudo.

Un día de esos apareció en la escuela un cura, un joven catalán que parecía estar siempre de muy buen humor y nunca estaba quieto. Flaco y de nariz aguileña, mirada directa y voz entusiasta, me llamó la atención rápidamente. Luego supe que había comenzado a hacer un programa en la radio. Era un programa infantil y en el micrófono usaba el nombre de Mago Veo-Veo. Esa alegría que siempre parecía tener, esa energía que proyectaba con todos, me enganchó. Quise ser así, contagiarme de ese ímpetu que hasta entonces me resultaba desconocido. Me convertí, literalmente, en su seguidora. Estaba detrás suyo todo el tiempo libre que tenía, me nombré su ayudante, coproductora, asistente o lo que fuere necesario.

El Mago me dejó estar, siempre afable y cálido, tenía un corazón inmenso y unas ganas infinitas de hacer cosas que conecten a la gente, que convoquen a pensar y a actuar. El programa de radio era un éxito, los niños lo adoraban, sin mencionar que era un espacio inédito para la ciudad, acostumbrada a noticieros, transmisiones de fútbol y música de la época. Los niños no eran un público en el que alguien había pensado antes.

Poco tiempo después me convertí en su niña actriz. Él escribía, producía, dirigía y actuaba un programa de media hora, que se transmitía los sábados por la noche, en el único canal de televisión que había en el pueblo, el canal universitario. De vez en cuando, la historia que creaba tenía una niña y yo me convertí en parte del elenco estable, que consistía en el Mago, Miriam, la profesora de lenguaje y yo. Pocas veces en la vida me sentí tan llena de vitalidad.  La emoción de memorizar mis líneas y grabar los jueves por la tarde, era la energía que le daba sentido a todo. Hicimos episodios desde pésimos hasta memorables. Fuimos pioneros. También éramos famosos, cosa que allá, en esa época, no era muy difícil, pero sí muy divertido. El Mago era mi héroe.

Un día desapareció.

Mi memoria de entonces es borrosa, pero de repente el Mago dejó de ir a la escuela, a la radio y al estudio de grabación. El canal universitario se cerró, dejó de transmitir; cuando fui a preguntar por mi amigo, las puertas estaban destrozadas. Me asusté y salí corriendo. Él dejó de llamarme y de circular por las calles en su pequeña moto de 125 cc. Se esfumó. Cuando pregunté por él nadie me explicó gran cosa. Tuvo que irse de viaje, decían.

El tiempo pasó, la adolescencia me distrajo y poco a poco el recuerdo del Mago fue diluyéndose, aunque nunca desapareció. Siempre aparecía, el momento más inesperado, cualquier día y a cualquier hora, surgía en mi mente, pero ya no preguntaba por él.

15 años más tarde, yo ya vivía sola en otra ciudad, había terminado la universidad y trabajaba en lo que podía. Un contrato importante acabó, recibí un dinero que en realidad no era mucho, pero como nunca había tenido tanto de una sola vez, me emocioné, sintiendo por momentos que era rica y que eso duraría para siempre.

Me enteré de un vuelo a mitad de precio a España. Estaba sin trabajo y sin planes. Las opciones eran claras. Usar el dinero ganado para ahorrar, mientras buscaba un nuevo empleo o partir a Europa por un mes. La decisión era evidente. Compré mi boleto y alisté la mochila. En el proceso recordé al Mago, alguien me había dicho que ya no era sacerdote y que vivía en Barcelona. Investigué y conseguí su correo electrónico. Le escribí dudando que me recordase, pero tenía que intentarlo. Me respondió con el mismo entusiasmo de la infancia, me esperaría, sería un gusto volver a verme, claro que sí.

Europa fue estupenda, viajes, nuevos amigos y tanto por conocer. Ir sola no afectó mi capacidad de disfrutar todo lo que había por pasear y ver. Fue un gran mes, llegué a Grecia y supe que ese lugar era una de las razones por las cuales había valido la pena gastar todos mis ahorros.

La otra razón era el Mago. Lo llamé desde el aeropuerto, ni bien bajé del avión. Quedamos en un café para unos días después. Llegué a la dirección indicada y ahí estaba, igual a como lo recordaba, con algunas arrugas, pero era el mismo de siempre. Ahí supe lo importante que es cerrar círculos, los pendientes son una carga de la que hay que despojarse. La conversación con el Mago fue gratísima, yo casi adulta y él un poco viejo, pero con un cariño innegable; intercambiamos historias y preguntas. Se había casado, tenía dos hijos y trabajaba en una institución católica. ¿Por qué te fuiste? era lo que había ido a averiguar. “Por el golpe”, me dijo. Los militares tomaron el poder y comenzaron a perseguir, detener y desaparecer a cualquiera que se haya hecho conocer como izquierdista. Tuve que salir con lo puesto una madrugada, me dijo. Nunca más había vuelto al país.

Encontrar a mi Mago sanó algo en mí, no sé que es, ni me interesa, sólo sé que me llena el alma cada vez que lo recuerdo. No lo he vuelto a ver ni a saber de él, pero siempre está conmigo, forma parte de mi historia y me hizo descubrir un aspecto de mí misma y de la vida que no todos logran. Sin saberlo, me enseñó a honrar la vida y consiguió despertar en mí un profundo sentido del respeto y de la generosidad.

Cuando en una vacación, volví al pueblo, fui al canal universitario para pedir copia de los programas que habíamos grabado. Todo había sido destruido, pero alguien me ayudó a copiar algunas cosas que rescataron y donde encontré un episodio en el que yo estoy con él, que actúa como mi padre. Es uno de esos episodios de baja factura, sólo digo una frase y no es de mis mejores intervenciones, pero es parte de mis tesoros. Ese programa, creativo, diferente, de producción original, local y sin recursos, debió convertirse en parte valiosa de un archivo institucional, pero se perdió por cuestiones completamente ajenas, la violencia que siempre, sin sentido, destruye.

Este post es mi homenaje a Santiago, el Mago Veo-Veo que dio magia a mi infancia y a mi vida.

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